Cuando faltan 18 meses para las elecciones, los precandidatos calientan los motores en Internet
César González-Calero
LA NACION
Brasil vive, para bien y para mal, de sus excesos. Y ahora el país se enfrenta a otro desafío gigantesco: sustituir al hombre que representa al espíritu del pueblo brasileño, ese que viaja en un pau-de-arara, el camión informal que traslada, como si fueran en un gallinero, a los empobrecidos trabajadores del Nordeste hacia el próspero sur.
Cuando falta todavía un año y medio para las elecciones presidenciales en Brasil, los posibles sucesores de Luiz Inacio Lula da Silva saben que el verdadero rival para batir es, precisamente, ese aura que envuelve al mandatario: el lulismo, un daguerrotipo perfecto del espíritu popular brasileño.
Si la Constitución brasileña se lo permitiera, Lula barrería de un plumazo a cualquier adversario en los comicios de octubre de 2010. Ni siquiera la crisis económica ha logrado erosionar la imagen de este ex obrero metalúrgico de 63 años que no tiene reparos en llorar en público si la ocasión lo requiere, o en reconocer en privado que el único libro que le ha enseñado algo en la vida es "el libro de la calle". Así es Lula. Ni de izquierda ni de derecha, sino todo lo contrario. Populista o pragmático, según convenga. Capaz de adular a Fidel Castro sin que Washington se moleste por ello y de situar a Brasil con el bastón de mando en la región.
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